miércoles, 3 de septiembre de 2008

d e t r á s * d e * l a * n i e b l a

.


Vosotros me decís que soy un hombre,

y miro a mi alrededor,
y no veo nada, sólo niebla.
Para convencerme, una vez más,
me habéis zarandeado y habéis gritado mi nombre.
Ayer por la tarde sentí un olor intenso
y me dijisteis que siguiera caminando.
Era agrio y pesado… ¿azufre?
La lumbre del que está a mi vera me templa,
me da calor y me abruma.
"no veo nada " -repito-. "Sólo niebla”.
Admito que este paso ligero endulza el ánimo.
Pero no son pocas las veces que,
habiéndolo olvidado, hay algo en el camino
que evoca una voz casi imposible;
una súplica brutal que se confunde con el viento,
la presencia ineludible de su esencia.

"Yo no soy un hombre. No puedo serlo
si todavía lo oigo y lo ignoro y lo dejo."
Deben ser miserables, los que gritan:
enfermos, vagabundos, desviados, suicidas...

Mientras, me concentro en el paso
firme y constante. Oíd ahora vosotros:
pie izquierdo, pie derecho...
Fijaos en el ritmo perfecto de mi cuerpo.
"Quizá sí sea un hombre".

Muy pronto podremos ver qué se esconde
un poco más allá, detrás de la niebla.