miércoles, 27 de febrero de 2008
R E V O L U C I Ó N * N º 1 * * * * (5ª parte)
( C O N T I N U A C I Ó N )
- Mirad, nosotros hemos tratado de negociar civilizadamente, de explicar nuestras ideas en varias ocasiones, pero ni siquiera se dignan a escucharnos.- levanté la vista hacia aquellos que quedaban más atrás, como buscando su asentimiento, y proseguí.- Ésta es una facultad de letras, todos los que estamos aquí hemos sido muy razonables en las formas y resulta obvio que así lo hemos demostrado, pero yo ya estoy cansado. Estoy harto de tanta charla y de tanto esfuerzo inútil. Llevamos así meses y no hemos conseguido nada. Quiero que alguien me diga qué hemos hecho mal, en qué nos hemos equivocado. Ahora resulta que han desestimado nuestra petición para participar en el dichoso concurso ese, en la chorrada padre interuniversitaria del año, pero ¿por qué? ¿acaso alguien piensa que es menos valiosa nuestra propuesta que la de un grupo de cursis pedantes aficionados a la poesía infantil, a esa manida y anacrónica y, por encima de todo, mediocre literatura? ¿alguien ha leído algo de lo que escriben esos muchachos? Sinceramente, me parece un insulto.
- Vamos, no te pongas así, da la impresión de que te mueres de envidia-rió T, y mientras pronunciaba estas palabras fijó su mirada en un azucarillo aun entero que llamaba la atención sobre la mesa-. Los chicos no escriben tan mal, están empezando y también merecen una oportunidad.
viernes, 15 de febrero de 2008
El ángel de la habitación encharcada
miércoles, 13 de febrero de 2008
R E V O L U C I Ó N * N º 1 * * * * (4ª parte)
( C O N T I N U A C I Ó N )
Para nosotros, la mayor parte del profesorado, de las clases, de las materias que nos impartían, de las actividades proyectadas durante el curso, en una palabra, de todo, era aburrido e insulso, no nos decía nada y no era interesante en absoluto. Sé que puede sonar muy radical, pero así lo concebíamos. No teníamos salida. La única opción era abandonar nuestros estudios, dedicarnos a cualquier otra cosa. Pero teníamos muy claro que no era esto lo que deseábamos. Queríamos seguir adelante, queríamos aprovecharnos de los medios y de las infraestructuras de nuestra facultad. Pero necesitábamos cambiar las cosas. Queríamos ser nosotros, los que teníamos claro qué anhelábamos, los que organizaran estructuralmente una nueva universidad orientada a una nueva forma de aprender, de disfrutar del conocimiento y de la realidad actual. Invitaríamos a los autores que nos parecieran interesantes, prepararíamos seminarios relativos a temas que nunca antes hubieran sido considerados como serios o académicos. A muchos de nosotros nos entusiasmaba el cómic de carácter erótico, por ejemplo. Otros se desvivían por la música más moderna, la conocida como Big Ass Music que entonces empezaba a sonar en alguna emisora de radio y que sin embargo, ya tenía mucha repercusión en todas la nuevas generaciones. Necesitábamos ocuparnos de aquello en aquel momento. Esperar hubiera significado habernos convertido, en un futuro lejano e incierto, como tantos otros, en estudiosos de un pasado sin aliciente y sin su encanto original. La conclusión era muy sencilla: lo que habíamos pedido era que nos fueran cediendo a nosotros las responsabilidades administrativas para llevar a cabo una mutación paulatina de aquella universidad. Necesitaríamos un tiempo considerable para asumir en su totalidad todas las labores que tendríamos que desempeñar, pero lo haríamos con eficiencia, de eso estábamos seguros. Lo más importante sería lo simbólico de aquella acción. No podía quedarse en un caso aislado, en una travesura bien elaborada por unos muchachos pretenciosos que tuvieron un golpe de suerte. Aquello podría significar una verdadera revolución que echaría por los suelos todo el sistema docente de nuestro país, un sistema que apestaba a funcionario pasivo, a funcionario de eternos desayunos, a créditos de libre configuración convalidables por euros básicamente, a presupuestos tirados a la basura en forma de ordenadores portátiles inútiles para profesores que no necesitan ordenadores portátiles, a los exámenes de risa que parecen una tomadura de pelo porque no sirven para evaluar nada, a cosas inútiles. Principalmente echaría por los suelos a un sistema de cosas inútiles. Así lo considerábamos nosotros.
viernes, 8 de febrero de 2008
LA MÚSICA AMANSA A LAS FIERAS
Cuando entré en casa, la encontré completamente fuera de sus cabales. Corría endiabladamente e iba tirando los trastos con los que se encontraba a su paso al suelo, sin atender a razones, sin escucharme ni un momento. Dijo algo que no entendí bien, y a pesar de que se lo pedí por favor, que me lo repitiera, ella se detuvo un instante sólo para mirarme antes de tirárseme como una loca a los ojos. La esquivé como pude. "Pero qué salvaje eres, Blondie" - le dije-. Ella se cabreó todavía más y fue a esconderse entre las plantas del salón, arrojando de nuevo otro jarrón más a su paso. Llamaron a la puerta. Abrí. Era Agnóstico Apático. Apenas tuve tiempo para advertirle del peligro, cuando él desenfundó su guitarra y se dispuso a tocar una canción que parecía que llevaba aprendida desde que nació. Sólo entonces Blondie se sosegó y todo pareció volver a la normalidad.
"La música amansa a las fieras" -dijo él-.
"Miau, miau" -contestó ella-.
jueves, 7 de febrero de 2008
R E V O L U C I Ó N * N º 1 * * * * (3ª parte)
( C O N T I N U A C I Ó N )
-¿Qué sucede? –pregunté- ¿pasa algo?
- Nada, estábamos esperándote –respondió T muy secamente, como diciendo mucho más con la entonación que con las palabras-.
Al día siguiente tendría lugar un acto en la facultad que consistía en la presentación de los alumnos seleccionados para el certamen. Un jurado itinerante tenía la misión de recorrer las distintas universidades participantes para entrevistarse con los poetas y escuchar los textos recitados por los mismos autores. Por supuesto, nosotros fuimos desestimados por considerarse nuestra propuesta fuera de lugar. “Infantil y extravagante” fueron las palabras del profesor encargado de realizar la selección. Lo peor de todo es que ni siquiera atendieron a razones. No quisieron prestarnos la atención que creíamos merecer. No pudimos defender nada. Nada. Y además se mofaron de nosotros, los muy cretinos. Pero nuestro deseo, repito, no era ganar un premio. Así que habíamos decidido llegar hasta el final.
lunes, 4 de febrero de 2008
R E V O L U C I Ó N * N º 1 * * * * (2ª parte)
( C O N T I N U A C I Ó N )
Y precisamente era esto en lo que estábamos de acuerdo. A todos nos había ocurrido en mayor o menor medida, lo habíamos experimentado y después habíamos encontrado un lugar común, por una cuestión de azar, en la literatura y en el arte. Éramos conscientes de esto y queríamos hacer algo al respecto.
Ya habíamos oído hablar de un certamen de poesía que se organizaba desde el ministerio de educación y que instaba a jóvenes de toda la geografía española a participar en representación de sus respectivas universidades. Lo que nos pareció sorprendente es que fueran las propias universidades, las que tuvieran la potestad de elegir a sus respectivos candidatos.
Desde luego, no fue el certamen lo que nos motivó a emprender aquello que tanto deseábamos, pero sí que es cierto que el día que alguien lo propuso, nos pareció una buena idea, no tanto por el premio ni por participar en un concurso de esta naturaleza, sino porque nos parecía una forma oportuna de poner a prueba la que entonces era nuestra escuela, de someterla a una prueba necesaria que quizá nos pudiera convencer a nosotros mismos de que estábamos equivocados o, por el contrario, nos reafirmara en nuestro convencimiento de que las instituciones educativas estaban anquilosadas en otra época y no aceptarían algo que pudiera ser considerado como anómalo y extraño. Nos planteábamos si nos tomarían en serio, si no se reirían en nuestras narices y nos tacharían de chalados, si se escandalizarían desde el primer momento o si por el contrario, serían capaces de tratarnos con cierto respeto. Era difícil saberlo.
Cuando llegué a la cafetería “Quijote” noté que me encontraba un poco nervioso. Llegaba tarde y tenía entonces el pelo largo y mojado. Acababa de ducharme, era invierno y la humedad inundaba las calles de la ciudad como un torrente brumoso que hacía que las luces de las farolas en la noche se difuminaran creando un efecto misterioso, como mágico. Creo que de camino hacia allá me imaginé por unos instantes que era como si estuviera viviendo un recuerdo ya pasado. Supongo que la influencia del cine y sus efectos especiales me afectaban más de lo que podía imaginarme. Entré y me deshice de la trenca antes de saludar. El sistema de calefacción debía de ser de muy buena calidad y los señores de la “Quijote” debían estar muy orgullosos de ello. Cuando tomé asiento y pude por fin aclimatarme a aquella atmósfera nueva, advertí que mis compañeros permanecieron en silencio durante demasiado tiempo y supe que ocurría algo.
sábado, 2 de febrero de 2008
R E V O L U C I Ó N * N º 1 * * * * (1ª parte)
Al principio de conocernos, no supimos ponernos de acuerdo. Nos afanábamos en contrastar opiniones, en aportar nuevas ideas y sugerencias que dotaran de cierta renovada frescura a aquel proyecto nuestro tan raro y hermoso, pero aquello, aquel grupo de jóvenes frenéticos y agitados, más bien, parecía un circo. Durante los últimos meses habíamos visto censuradas absolutamente todas las propuestas de hacer de la facultad un sitio más propicio, más adecuado para nuestro propósito. Y lo seguíamos intentando pero de nuevo, una y otra vez, nos dábamos de bruces con otra negativa más. Era intolerable, todos estábamos bastante irritados y empezábamos a perder la calma. Antes de pensar en el certamen, algunos sugirieron escribir una nueva carta, otro ridículo manifiesto que nos sirviera para llegar a un consenso de forma más o menos amigable y cordial. Pero sí, todos lo pensamos y todos lo callamos porque todos lo habíamos entendido ya: era ridículo.
A mí me encanta la poesía. En realidad no entiendo muy bien porqué; siempre he tenido profesores pésimos de literatura que me hacían aborrecer a Juan Ramón Jiménez, a Garcilaso de La Vega, a Quevedo… Me ha costado mucho tiempo saber apreciarla primero, y no poder evitar obsesionarme con ella después. Quizá haya tenido suerte, no lo sé.
Creo en la poesía, y creo que el efecto estimulante, revelador y genuino que ésta puede ejercer en nuestro ánimo. Lo sé, lo entiendo. Pero hay en todo esto, en la manera de llegar a sentir la literatura y su mensaje, un punto más que significativo que a menudo pasa desapercibido: el lenguaje. En la escuela no podemos comprender nada de lo que nos dicen porque nos hablan en un castellano que dista mucho de ser accesible a la gran mayoría. Se utilizan recursos desfasados y resulta patético escuchar a un maestro hablando primero sobre las reglas de la gramática, y leyendo a cualquier autor después, como si manejara dos registros absolutamente incoherentes entre sí, y aunque no se repare en ello, es cierto que semejante disparidad la percibimos como algo exageradamente grotesco. En consecuencia, nosotros, los estudiantes, los ingenuos, nos quedamos irremediablemente con lo más superfluo, con una visión contrariada de algo aparentemente vacío, insustancial y anodino que se sostiene a lo largo de los años y de los siglos debido a su carácter ornamental y vistoso, debido al peso de la historia y a las circunstancias que se han dado para hacer de esas obras, obras perennes e insustituibles, obras forjadas por medio de referencias a otras obras todavía más impermeables, si cabe, obras imposibles, en definitiva.
A mí me encanta la poesía. En realidad no entiendo muy bien porqué; siempre he tenido profesores pésimos de literatura que me hacían aborrecer a Juan Ramón Jiménez, a Garcilaso de La Vega, a Quevedo… Me ha costado mucho tiempo saber apreciarla primero, y no poder evitar obsesionarme con ella después. Quizá haya tenido suerte, no lo sé.
Creo en la poesía, y creo que el efecto estimulante, revelador y genuino que ésta puede ejercer en nuestro ánimo. Lo sé, lo entiendo. Pero hay en todo esto, en la manera de llegar a sentir la literatura y su mensaje, un punto más que significativo que a menudo pasa desapercibido: el lenguaje. En la escuela no podemos comprender nada de lo que nos dicen porque nos hablan en un castellano que dista mucho de ser accesible a la gran mayoría. Se utilizan recursos desfasados y resulta patético escuchar a un maestro hablando primero sobre las reglas de la gramática, y leyendo a cualquier autor después, como si manejara dos registros absolutamente incoherentes entre sí, y aunque no se repare en ello, es cierto que semejante disparidad la percibimos como algo exageradamente grotesco. En consecuencia, nosotros, los estudiantes, los ingenuos, nos quedamos irremediablemente con lo más superfluo, con una visión contrariada de algo aparentemente vacío, insustancial y anodino que se sostiene a lo largo de los años y de los siglos debido a su carácter ornamental y vistoso, debido al peso de la historia y a las circunstancias que se han dado para hacer de esas obras, obras perennes e insustituibles, obras forjadas por medio de referencias a otras obras todavía más impermeables, si cabe, obras imposibles, en definitiva.
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